Héctor Juan Pérez Martínez quizá también sea el bastardo más engreído y aclamado del Primer Puerto. Al fin y al cabo, era el malo de malos, el acharlado.
Porque él también era la Fama, era aquel que la gente reclama y nadie podía comprender. Héctor Lavoe encandilaba a los marihuaneros, a los cocainómanos y a los reclusos. A los que les falta y a los que también les sobra. A los necesitados y a los que no necesitan. A los ladrones y a las prostitutas.
Era la voz de los marginados. De aquellos que son indigentes y que, al igual que el sonero, siempre buscaban algo en la vida…
… El problema era saber qué buscaban.
Con unos lentes más brillosos que una ráfaga de sol serrano, y con un amasijo de alhajas (anillo y reloj de mafioso respectivo), Lavoe simbolizaba al perfecto ‘malulo’ del barrio.
Nadie lo comprendía. Nadie entendía en el fondo qué demonios decía entre líneas el Jibarito de Ponce. Sin embargo, todos se regodeaban en su fama, en sus alhajas, en su esplendor y en su droga.
Si a Héctor lo pasamos por el diorama de la peruanidad, de seguro que sería uno de esos sujetos de abdomen abultado que siempre andan con lentes oscuros y que paran en las esquinas, mirando a todos los lados.
Sería también uno de aquellos borrachitos que andan buscando un porqué a su existencia. Un infame motivo para seguir viviendo. Que chupan y chupan hasta desfallecer, hasta morir en vida. Porque algunas vidas son un suicidio constante y ya dejan de ser vidas. Lléveme al número trece de la calle tristeza, esquina agonía que allí moriré.
Bonus Track
Un tridente de sus himnos que nos dejó para la posteridad. Para el sufrido que goza y para que el goza sufrido. ¡Sacúde, doble fea!
- 'Te hallé como se encuentra una moneda... rodando por las calles de la vida...' (En la fenecida Feria del Hogar, 1986).
- Ocho minutos donde le canta a la tristeza y el vacío.
- De Fama, drogas, soledad y demás demonios.